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Cuando las palabras no alcanzan

  • Writer: Martín Franco
    Martín Franco
  • Mar 29, 2021
  • 2 min read

Hay una palabra que a mí me gusta mucho, inefable, pues por su significado parece ella misma una contradicción: "que no se puede explicar con palabras". Un vocablo para designar algo que es imposible de expresar con el lenguaje: un sentimiento muy hondo, un dolor muy grande, una emoción profunda. La muerte de un hijo, por ejemplo, tiene que producir una tristeza inefable, un sufrimiento que no tiene nombre. Y de ahí -me gusta creer- el título del más reciente libro publicado por la poeta Piedad Bonnett: Lo que no tiene nombre, un desgarrador testimonio sobre el suicidio de su hijo Daniel, de 28 años, quien se lanzó desde el último piso del edificio donde vivía en Nueva York luego de años de luchar contra la esquizofrenia.

El libro se lee de un tirón; uno apenas lo suelta por momentos cuando se hace difícil avanzar. O eso me pasó a mí: a las tres páginas ya tenía un nudo en la garganta, y un poco más adelante me tocó detenerme por primera vez. Cuando lo acabé no pude menos que pensar en la valentía que tuvo Piedad para escribir un testimonio que es a la vez trágico y hermoso. Se necesita mucho coraje para hablar abiertamente de un hecho que, como el suicidio, sigue siendo reprochable (todavía nos avergonzamos, nos llenamos de preguntas, de miedos, de culpas) y más si es el de un ser tan cercano. Y un coraje aún mayor para abrir la puerta de la intimidad a los lectores y contar, de primera mano, un dolor tan hondo, tan inefable.

Lo que no tiene nombre está lleno de frases que nos dejarán un buen rato preguntándonos por qué la vida es a veces tan frágil, y cómo eso que hemos construido con precisión meticulosa puede venirse abajo de un plumazo. ¿Cómo recuperarse de un golpe así? ¿Cómo seguir adelante cuando las razones parecen haberse acabado? En un aparte del texto Bonnett escribe -o mejor dicho entiende, porque escribir es eso: entender- que a pesar del hecho tan trágico, del dolor tan intenso, no pasa nada. La vida sigue. Eso es lo más duro, pero, claro, lo más natural: no podría ser de otro modo. Y entonces no hay más remedio que aprender a vivir con el dolor.

No me queda la menor duda de que este libro será, como El olvido que seremos, de Héctor Abad, todo un fenómeno editorial. Y tampoco deja de resultarme paradójico que lo sea pues seguramente Bonnett tendrá éxito con un testimonio que, como Abad, tal vez no hubiera querido escribir jamás. Las ironías de la vida. En cualquier caso no puedo dejar de aprovechar este espacio para recomendar a ojo cerrado este libro tan duro, tan desgarrador, tan doloroso. O, si lo prefieren, tan inefable.


Marzo 19, 2013

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