Libros de cuarentena
- Martín Franco
- Mar 30, 2021
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Luego de ver los consejos que dio Carolina Cruz para armar un portacuchillos casero con un manojo de libros, corrí a mi biblioteca, seleccioné algunos que tenía hace rato entre ojos -aceptémoslo, textos que merecen ser acuchillados hay decenas- y los junté, dichoso de poder clavar en ellos los ya gastados utensilios de mi cocina. Bueno, miento: es solo un mal chiste. La verdad es que, fruslerías aparte, el episodio me puso a pensar más bien lo contrario: que los días que van de encierro -difíciles para muchos, raros para todos- han dejado en evidencia la importancia de la cultura y su poder para mitigar la incertidumbre de estos tiempos complejos. La lectura, el cine, la música y demás nos sirven para tratar de mantener la cordura y llenar, al menos un poco, el vacío que nos está dejando este miedo por el futuro.
Luego pensé, también, en que los libros que leemos actúan muchas veces como esa criticada superación personal, pues nos sirven para entender y entendernos, cuestionarnos y darnos moral en tiempos difíciles, que pensándolo bien son casi todos. Cada lector tiene los suyos, y a cada uno le sirven a su manera. En mi caso particular, han sido varias las lecturas que, en ese sentido, me han sido útiles durante estos días extraños: Las pequeñas virtudes, un libro bellísimo de Natalia Ginzburg, la escritora italiana que falleció a comienzos de los años noventa, y que lleva en su interior ese ensayo homónimo que quienes somos padres deberíamos leer (si les interesa, ese texto en particular se puede encontrar gratis en Internet: basta “googlearlo”), y las obras de Lucio Séneca (o Séneca, a secas), el filósofo estoico que nos revela, entre otras cosas, lo inútil que resulta preocuparnos por el futuro.
Sin ser un amante furibundo de los deportes, dos libros sobre el tema me han mantenido pegado a la silla, por usar la metáfora fácil: En busca de Muhammad Ali, de Davis Miller, y El milagro del Castel Di Sangro, de Joe McGiggings. El primero es la historia de la amistad entre el famoso boxeador (tan vigente ahora mismo con lo que está pasando en Estados Unidos y su lucha racial) y el autor, muy cercanos durante los años en que ya el párkinson empezaba a causarle estragos al campeón; y el segundo es una crónica maravillosa de largo aliento: la historia de un periodista gringo que, obsesionado con el fútbol luego del mundial de Estados Unidos 1994 -y por cuenta de la actuación del gran Roberto Baggio-, se va a cubrir la temporada de un modesto equipo italiano que sube por primera vez a la serie B, el Castel Di Sangro, en un pequeño pueblo perdido en las montañas y dominado por la mafia.
En fin, no se trata aquí de presumir de nada, sino tan solo de compartir entusiasmos: eso son, después de todo, las buenas lecturas. Y las malas… bueno: ya conocemos el maravilloso truco que nos dio Carolina, por si alguien se anima de verdad a ponerlo en práctica.
Junio 9 de 2020
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