¿Culpa de Waze?
- Martín Franco
- Mar 27, 2021
- 3 min read
Hace más o menos un mes, Álvaro Torres, un economista de 52 años que trabajaba en el Banco de la República, terminó su jornada laboral y, como todos los días, se montó en el carro para dirigirse a su casa. Le bastó arrancar para comprender que esa noche el trayecto iba a estar difícil: había comenzado ya la ciclovía nocturna, en Bogotá, un evento que convierte las calles en un completo caos. Tratando de esquivar el atasco, Torres decidió prender Waze, la aplicación que ayuda a encontrar rutas alternas, y ésta le sugirió tomar una vía inexplorada: subir al barrio La Paz, un lugar que seguramente ninguna autoridad recomendaría como posible atajo.
Y, sin embargo, Torres lo hizo. Siguiendo las instrucciones de la aplicación, llegó hasta una calle sin salida; de repente, varios atracadores rodearon su carro y, en medio del forcejeo para robarlo, acabaron disparándole y causándole la muerte.
Por supuesto que la única culpa de este caso la tienen los delincuentes, nadie más. Y aunque el periódico El Tiempo escribió que “el azar lo llevó a una de las zonas más peligrosas de Bogotá”, el redactor pareció pasar por alto que en realidad no fue la suerte la que acabó poniéndolo allí, sino, más bien, una aplicación de Inteligencia Artificial llamada Waze (que tampoco tiene la culpa, pues su función no es determinar qué tan peligroso resulta tal o cual lugar).
En cualquier caso, la noticia me dejó pensando sobre un tema inquietante que aparece en Homo Deus, un libro maravilloso del historiador israelí Yuval Noah Harari (autor, también, de otra belleza: Homo Sapiens): la confianza desmedida que hoy por hoy depositamos en la tecnología y cómo, desde hace un tiempo, la inteligencia artificial está tomando decisiones que solemos acatar sin chistar. Noah Harari pone el ejemplo del propio Waze: Si usted la usa, la aplicación le sugerirá vías alternas que lo llevarán más rápido a su destino; sin embargo, si otras diez personas que toman su ruta también la prenden al tiempo, Waze no podrá enviarlos a todos por el mismo lado porque acabará generando el trancón que buscaba evitar. Así que debe decidir: unos por un lado y otros, por otro (lo que significa que está actuando de manera autónoma).
Eso nos lleva, pues, a una pregunta perturbadora: ¿Qué aspectos de nuestra vida estamos empezando a dejar en manos de la Inteligencia Artificial? ¿Qué tanto la estamos cuestionando? No me malinterpreten: la tecnología es una realidad inevitable, y por sí misma no es ni buena ni mala; todo depende, en últimas, del uso que le demos.
Pero una inteligencia que aprende a una velocidad vertiginosa y que, en un futuro no muy lejano, sobrepasará la capacidad humana, no deja de resultar un tema terrorífico. ¿Cómo afectará eso los trabajos del futuro, por ejemplo, cuando los carros puedan manejar solos, proliferen los edificios inteligentes que no necesiten porteros, o una máquina se encargue de redactar las noticias del día con mucha mayor eficiencia e imparcialidad que un periodista? ¿Qué nos hará diferentes como humanos cuando un algoritmo piense mil veces más rápido y mejor que nosotros?
Diría que la respuesta está en lo único que nos hace verdaderamente humanos -el amor, el arte, las emociones-, pero el propio Noah Harari da el ejemplo de algoritmos que ya son capaces de crear música clásica y emocionar a los humanos hasta las lágrimas. ¿Qué pasará con nosotros entonces? Faltan unas décadas, claro, pero por el momento haríamos bien en preguntarnos hasta dónde dejamos llegar a las máquinas en nuestro día a día. Como en el caso de Waze.
Septiembre 4 de 2018
Comments