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Dios: esa eterna pregunta

  • Writer: Martín Franco
    Martín Franco
  • Jul 26, 2021
  • 4 min read

La lectura de un libro en el que un respetado científico habla abiertamente sobre su fe, volvió a despertar mis dudas al respecto.



Francis Collins, el científico que lideró el proyecto del genoma humano

Hace un par de años escribí un artículo sobre ciencia y religión para Todo es ciencia, un portal del MinCiencias. Mi punto de partida era explorar qué tan irreconciliables resultan ambas disciplinas y si son en verdad tan antagónicas como todavía nos parecen. No era mi intención asumir la defensa de alguna de las dos vertientes —si es más fiable la ciencia o la religión, o viceversa— sino, como se suele hacer cuando se escribe, entender por qué parecen tan incompatibles.


Y eso hice, o al menos así lo pensé. Para el artículo, hablé con ilustres creyentes (Vicente Durán Casas, Juan Esteban Constaín), así como con ateos respetables (Alejandro Gaviria, el filósofo Pablo Arango), y el texto se publicó, finalmente, en 2018. Pocos días después el editor del portal me escribió contándome que la Asociación de Ateos de Bogotá estaba pidiendo una rectificación; según ellos, resultaba inadmisible que una institución de un Estado laico publicara un artículo defendiendo la fe. Primera sorpresa: ni siquiera yo, que dediqué mucho tiempo a investigarlo, sabía que estaba haciendo tal cosa.


Así, pues, le envié al editor una copia de las entrevistas en bruto, para que él mismo revisara que no había inconsistencias, y luego se le dio la oportunidad a la Asociación de publicar una respuesta. Más allá del debate como tal —que terminó ahí— lo que me quedó dando vueltas en la cabeza es una sencilla obviedad: que el ateísmo, con la certeza de tener su verdad revelada, resulta al final casi tan dogmático o más que esas religiones a las que tanto critica. Defender su posición a ultranza es, paradójicamente, caer en los mismos vicios que se ventilan: cerrar de antemano los espacios para la duda y pelear a ciegas por una verdad unilateral.


Pero a pesar de todo el embrollo, mis dudas sobre el tema siguieron manteniéndose intactas.

***

Francis Collins es uno de los genetistas más importantes del mundo: como director del Instituto Nacional de Investigación del Genoma Humano, lideró el equipo que develó cómo funciona la secuencia del ADN, uno de los descubrimientos científicos más trascendentales del siglo pasado. «Con este descubrimiento —dijo el presidente Bill Clinton cuando realizó el anuncio en la Casa Blanca junto a Collins y su equipo— estamos aprendiendo el lenguaje con el que Dios creó la vida». Lejos de incomodarlo, como podría esperarse, la frase complació a Collins, uno de los pocos científicos para quien la fe no es incompatible con la ciencia.


Por eso me llamó tanto la atención su libro, titulado ¿Cómo habla Dios?, y publicado en Colombia por Ariel. ¿Era posible que uno de los científicos más respetados del mundo defendiera abiertamente la fe? ¿No le quitaría eso gran parte de su prestigio? El libro de Collins es un viaje maravilloso por la genética; en sus páginas, el científico explica cómo la biología ha validado las tesis de la evolución de Darwin, cómo partimos todos de un antepasado común, y cómo a través de los años —de los millones de años— hemos terminado siendo lo que somos ahora. Y nada de aquello le parece a Collins que vaya en contravía de la fe, no solo porque aún hay preguntas sin resolver y otras que a la ciencia no le competen (¿Cuál es el sentido de la vida?, por ejemplo), sino porque esboza una teoría, BioLogos, en la que explica por qué ambas pueden ir de la mano, a pesar de la abierta hostilidad que existe actualmente.


No es mi intención ir más allá en el contenido del libro, que recomiendo, sino detenerme en un punto que me pareció importante. Escribe Collins: «La duda es una parte inevitable de la creencia. En palabras de Paul Tilich: La duda no es lo opuesto a la fe, es parte de ella».


"La ciencia sin religión es coja, le religión sin ciencia es ciega", dijo Albert Einstein

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Supongo que a todos nos llega la duda. En mi caso particular, la pregunta por Dios ha estado ahí desde hace años, y he llegado a abordarla de distintas maneras: desde la creencia heredada que no se cuestiona, hasta el rechazo sordo luego de empezar a hacerme preguntas. He leído buenos argumentos de lado y lado —de Richard Dawkins y Christopher Hitchens a Karen Armstrong, Reza Aslan y ahora Collins— y de todos sigo tomando ideas sueltas que me sirven todavía para esta búsqueda. Sigo pensando que hay buenas razones en cada bando, y a veces me inclino por uno pero luego algo más me hace girar hacia el otro. Es cierto que en la actualidad la cuestión de Dios pareciera no tener mucho sentido, pero en términos personales la cosa cambia: el camino, a fin de cuentas, hay que transitarlo solo.


Cuenta Collins que la duda ha asaltado siempre a las grandes mentes de la ciencia: Galileo, Copérnico, Albert Einstein y Stephen Hawking, por citar apenas algunos, fueron creyentes o formularon la inquietante posibilidad de un poder superior. Esa idea de no tener una idea fija ni de tratar de imponérsela a los demás —como hacen creyentes y ateos fanáticos— es quizás lo que más me gustó del libro de Collins. ¿Existe Dios? ¿Son la ciencia y la fe dos terrenos incompatibles? Quizás un buen inicio consista en desmontar tantas certezas absolutas.


Julio de 2021

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