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Hay cosas que ni qué

  • Writer: Martín Franco
    Martín Franco
  • Mar 29, 2021
  • 2 min read

A veces me preguntó por qué la gente de estos tiempos se ve tan presionada a tener una opinión concreta acerca de las cosas. A ver si me explico: en una realidad casi completamente dividida en extremos -izquierdas y derechas, Uribe y Santos, blanco y negro- a todos se nos pide, casi se nos exige, que tomemos partido por algo. Nuestras opiniones deben ser siempre firmes y constantes: si vamos a condenar todo lo que hace la guerrilla, por poner un ejemplo, seguramente no veremos nada bueno en el tan mentado proceso de paz que se adelanta en La Habana. O al revés.


La cuestión es tan cierta que si uno lee las columnas de opinión casi que sabe con lo que va a encontrarse: si repaso a tal manizaleño, víctima de un atentado reciente, sabré que me tengo que situar a la derecha, lo mismo que a un exasesor presidencial tan fanático como fabulador. A pocos se les permite flaquear: o te paras aquí o allí, o eres un tibio. Y eso, ahora, se ve con malos ojos.


Esto es curioso: un estudio reciente de la Universidad de Harvard publicado en la revista Science demostró que los humanos padecemos algo que ellos llaman "el síndrome del fin de la historia". Lo que, palabras más, palabras menos, significa que tendemos a creer que eso de lo que hoy estamos seguros (nuestros gustos, las ideas, el amor que sentimos), no cambiará con el tiempo. Un error inmenso, claro, pues basta con mirar por el espejo retrovisor para darnos cuenta de lo mucho que hemos cambiado. No somos los mismos de hace diez años; incluso es seguro que ahora a muchos nos avergüence recordar eso que algún día hicimos con tanto convencimiento. Algunos lo llaman evolución, pero yo no exageraría tanto: quizás es simple experiencia.


Tal vez por eso me resulta difícil tener certezas absolutas; o, mejor dicho, opiniones contundentes acerca de las cosas: porque lo que hoy creo tal vez ya mañana sea para mí otra cosa. Es normal, así es la condición humana. Pero si hacen el ejercicio seguro que a todos nos ha pasado: eso que alguna vez sostuvimos con tanta vehemencia ahora no es más que una simple anécdota. Muchas veces -muchísimas- terminamos convirtiéndonos en lo que alguna vez denigramos.


Y entonces hoy, aquí, vengo a defender el derecho a no tener posiciones absolutas salvo en valores morales que están más allá de las minucias del día a día: la honradez, la lealtad, el respeto y el valor por la vida. A no pensar en las cosas como en un asunto de blanco o negro, de estar en esta o la otra esquina, sino a tratar de mirar qué elementos de cada lado pueden ser ciertos. Puede que por eso seamos para muchos unos tibios, pero a veces es mejor ser eso que un radical.


Seguramente recordarán la gran frase de la Chimoltrufia que, para mí, resume todo este asunto con una lucidez envidiable: "Pos ya sabes que yo como digo una cosa digo otra, pues si es que es como todo, hay cosas que ni qué, ¿tengo o no tengo razón?".

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