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La edad de la inocencia

  • Writer: Martín Franco
    Martín Franco
  • Mar 29, 2021
  • 2 min read

Si no fuera porque se trata de un libro, tal vez muchos lo habrían tomado como una moda más. Pero que las cartas de una pintora desconocida para el gran público (y en parte, también, para el resto), terminaran en boca de tanta gente a finales del año pasado, dicen mucho de esta pequeña belleza que es Memoria por correspondencia. El libro, publicado por una editorial independiente, Laguna, reúne las cartas que Emma Reyes le escribió durante varios años a su amigo Germán Arciniegas. Y en ellas leemos la historia de su infancia: desde sus primeros recuerdos en Bogotá hasta el día en que, siendo aún muy joven, abandona el convento en que la dejaron años atrás junto a su hermana Helena. Las misivas, entonces, no son otra cosa que el relato estremecedor de una niñez difícil -con abandono incluido por parte de una madre sustituta-, visto por los ojos de un niño.

Ahí está su belleza, su gracia. Emma narra con esa inocencia tan bonita de los pequeños, y por eso las incontables desgracias de su niñez están matizadas por el mecanismo que crea para sobrellevar la tragedia: la imaginación, ni más ni menos. De allí salen párrafos memorables, como aquel en que describe un acontecimiento que para nosotros, hoy, es la cosa más normal del mundo: "De pronto vimos aparecer por detrás de la iglesia un monstruo negro terrible que avanzaba hacia el centro de la plaza. Los ojos enormes y abiertos eran de un color amarillento y tenían tanta luz que iluminaban la mitad de la plaza. La gente se tiró al suelo de rodillas y empezó a rezar y a echarse bendiciones; una mujer que tenía dos niños chiquitos los tiró al suelo y se acostó sobre ellos cubriéndolos como hacen las gallinas con los huevos. (…) El animal se detuvo en la mitad de la plaza y cerró los ojos. Era el primer automóvil que llegaba a Guateque".

De historias así está lleno el libro, aunque no hay que detenerse a pensar mucho para darnos cuenta de que, casi siempre, estamos siendo testigos de una tragedia. Pero Emma jamás se aprovecha de su situación para ponerse en el papel de víctima; por el contrario, su actitud es la de alguien que acepta el destino como viene, con humor e inocencia, sin quejarse ni comprender, tal vez, que la vida tiene tantas posibilidades como desgracias.

No hace falta saber quién fue Emma Reyes para disfrutar de estas cartas, pero, por si acaso, anda por ahí rondando una crónica que indaga sobre su vida y cuenta lo que pasó después de que dejó el convento. Pero, repito, es más un complemento para satisfacer la curiosidad; lo verdaderamente importante es leer este libro bellísimo y disfrutar de toda la inocencia y hermosura que un niño puede imprimirle a esta realidad tan cruda. Y como leer se trata de compartir entusiasmos, les dejo este, tan querido, tan bonito: les aseguro que no se arrepentirán.


Febrero 19, 2013

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