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La música como respuesta a la pederastia

  • Writer: Martín Franco
    Martín Franco
  • Mar 28, 2021
  • 7 min read


Son nueve frases directas, sin anestesia: una advertencia de que quien escribe no va a andarse con rodeos: “Me violaron a los 6 años. Me internaron en un psiquiátrico. Fui drogadicto y alcohólico. Me intenté suicidar cinco veces. Perdí la custodia de mi hijo. Pero no voy a hablar de eso. Voy a hablar de música. Porque Bach me salvó la vida. Y yo amo la vida”. Esas son las frases de la contraportada de Instrumental, con las que el pianista británico James Rhodes se presenta en un libro que ha causado un revuelo no solo en el mundo de la música, sino entre los lectores de memorias, que parece ser el género de moda.


El dolor y la liberación; el trauma de una infancia arruinada y la lucha por seguir viviendo. Eso es Instrumental. “La redención es posible, pero el precio es muy alto. No solo físicamente, sino también emocionalmente. Han sido tres décadas de locura”, dijo Rhodes en una entrevista reciente, pues el torbellino mediático que ha desatado la publicación de su libro en Inglaterra –editado en Colombia por Rey Naranjo– lo ha convertido en una celebridad.


No era eso lo que buscaba; Rhodes solo quería contar su historia, aunque muchos, empezando por su primera esposa, intentaran por todos los medios impedir su publicación.




Todo comienza con un niño de 6 años, un colegio y un profesor de gimnasia. El niño llega a la clase asustado y una mirada del profesor le da confianza. El niño se relaja. Las miradas se hacen cada vez más frecuentes, pero el niño no puede ver lo que se esconde detrás de ellas. Con el tiempo, el profesor le pide que se quede después de clase para ayudarlo a organizar el gimnasio; el niño, que se siente especial a su lado, lo hace. Y entonces, como él mismo dice, “todo se va al garete”. Rhodes no se explaya en detalles (¿para qué?), pero sí deja claro que durante los cinco años siguientes es violado una y otra vez, sin descanso.


“De un día para otro, literalmente, pasé de ser un niño lleno de vida, que bailaba, que daba vueltas, que reía, que disfrutaba de la seguridad y las aventuras que le brindaba un colegio nuevo, a ser un autómata aislado, de pies de cemento, apagado. Aquello fue una conmoción inmediata, como ir andando tranquilamente por un camino soleado y que de pronto se abra una trampa y caigas a un lago helado”, escribe.


Y eso lo desata todo. La vida de Rhodes no será la misma, ni siquiera ahora, tantos años después, cuando parece haberse redimido: la delgada línea que lo separa de las recaídas –a las drogas, a los hospitales psiquiátricos, a cortarse la piel con cuchillas– continúa ahí. El profesor, Peter Lee, murió hace poco. Nunca le pasó nada. Jamás lo juzgaron.



A mediados de 2015, el Tribunal Supremo del Reino Unido emitió un fallo judicial para autorizar la publicación del libro. Durante meses, la primera esposa de Rhodes intentó frenar su impresión pues consideraba que era “demasiado vívido en sus descripciones” y podía afectar al hijo de ambos, Jack, quien sufre del síndrome de Asperger (una variación del autismo). De haber prosperado, el veto le hubiera impedido a Rhodes hablar de su experiencia incluso en redes sociales.


Tiene cierto sentido: la pederastia es un tema que no se toca. Se mira con recelo, se oculta. Y, al hacerlo público, Rhodes estaba abriendo una puerta. “Al final, la ley inglesa falló a favor de la libertad de expresión y del valor de lo contado por el autor en su obra”, dice John Naranjo, director de Rey Naranjo, que coeditará el libro en Colombia. “Para mí, como editor, el principal valor es darles voz a las víctimas de la pederastia y poner en el tapete un flagelo que pareciera que acompaña al hombre con un peso de vergüenza y horror desde siempre. Un tema –el abuso de niños– del que empieza a hablarse en diferentes tópicos, entre ellos, la literatura”.


Rhodes es directo, no da tregua: “Abusos. Menuda palabra. Violación es mejor. Abusar es tratar mal a alguien. Que un hombre de 40 años le meta la polla por el culo y a la fuerza a un niño de 6 no se puede considerar abuso. Es muchísimo más que un abuso. Es una violación con ensañamiento, que provoca múltiples operaciones, cicatrices (internas y externas), tics, trastorno obsesivo compulsivo, depresión, ideación suicida, enérgicos episodios de autolesiones, alcoholismo, drogadicción, los complejos sexuales más chungos, confusión de género, confusión sexual, paranoia, una tendencia compulsiva a mentir, desórdenes alimenticios, síndrome de estrés postraumático, trastorno disociativo de la personalidad, etcétera”.




Pese a tantas consecuencias, Rhodes es, hoy por hoy, una figura de la música clásica. Una especie de bicho raro que contradice el canon de lo que cualquiera se imaginaría por un intérprete del género: ese tipo serio y de cara larga que llega bien vestido a los conciertos, se sienta frente a su piano y toca, sin pronunciar una palabra, una pieza de Brahms para un público selecto y entendido. Desde que empezó a vivir de la música, Rhodes ha tratado de romper el estereotipo y acercar al género a todo tipo de público.


Por eso no desaprovecha oportunidad para criticar a la industria: se burla de sus egos inflados, critica las estrategias de las disqueras y se mofa de la seriedad y la pompa con que se aborda todo el asunto. Él, por el contrario, llega a sus conciertos en tenis, se detiene en la mitad de ellos para hablar con el público y contarles las historias de sus ídolos (tiene un tatuaje del compositor y pianista ruso Serguéi Rajmáninov en el antebrazo), lee las partituras en un iPad, cuenta con más de 50.000 seguidores en Twitter y alardea de sus amigos famosos, como el popular actor Benedict Cumberbatch y el comediante y escritor británico Stephen Fry.


“La presentación y la pompa con que se organizan los premios de música clásica ha quedado anticuada, resulta ofensiva, está revestida de prepotencia y es de lo más banal. Sin embargo, en vez de tratar de cambiar las cosas, como un niño regordete y engreído con el que se han metido, el sector busca todos los medios equivocados para subirse la autoestima. (…) La masturbatoria adulación y la sensación de superioridad que tanto abundan entre los que afirman disfrutar de Varèse y Xenakis solo sirven para brindar el método perfecto para alejar más lo verdaderamente importante de la música del balcón de oxígeno que, según sus responsables, necesita”, escribió en su blog del diario The Guardian, en 2013. Esta postura le ha granjeado decenas de detractores en el medio, aunque eso a él lo tiene sin cuidado.



Cada capítulo de Instrumental tiene un preludio: una pieza de música clásica que de una u otra forma le salvó la vida a Rhodes. Antes de sumergirse en sus memorias, James cuenta la historia de la composición, esboza una breve reseña de su autor, y les regala a los lectores una lista en Spotify, gratuita, para oírla cuantas veces quieran.


Gracias a esas breves entradas entendemos, por ejemplo, por qué las Variaciones Goldberg, de Bach, llevan ese nombre, y cuál es el genio del pianista canadiense Glenn Gould, quien acabó inmortalizándolas; nos acercamos un poco a la vida desgraciada y prolífica de Schubert, y nos enteramos de que Franz Liszt fue, como escribe Rhodes, “una estrella de rock del siglo XIX, un Keith Richards de su época”, quien luego de una vida de excesos y mujeres ingresó a una orden franciscana a los 46 años, en la que vivió hasta el día de su muerte.


Esta banda sonora que acompaña al libro demuestra el poder de la música, una de las pocas cosas, junto al amor por su hijo, que lo han mantenido vivo. “La música puede llevar luz a sitios a los que nada más llega. El gran genio musical y lunático Schumann nos dijo: “Mandar luz a la oscuridad del corazón de los hombres: ese es el deber del artista”. Creo que todos tenemos ese deber, hagamos lo que hagamos para pasar el rato”, escribe hacia el final del libro.



Desde que logró publicarse, la crítica a Instrumental ha sido casi unánime: “El libro de Rhodes es un grito indignado a esa pasividad tan común ante los abusos infantiles”, escribió Rosa Montero en su columna de El País de España. “Instrumental es un libro importante. Potente. Va mucho más lejos incluso de la terrible historia de vida que relata. Muestra el dolor, la crueldad, las abrumadoras secuelas de un trauma infantil, pero también el otro lado, el de la compasión. Y por eso es un libro bello”, subrayó el editor Camilo Jiménez. “Es una pena que ya no exista el premio otorgado al mejor libro del año sobre la mente –remata el diario The Guardian–. Instrumental se lo habría ganado”.


Hay quienes piensan distinto, sin embargo. Para Nicholas Blincoe, escritor y crítico británico, “Rhodes hace que todo gire en torno a su trauma, y cada trauma es un eco del suyo. Sus fanáticos dirán que es una lectura emocionante y difícil, pero al final resulta monótona y reducida. Una cosa es igual que la otra”, escribe en una crítica aparecida en el Daily Telegraph. Y remata: “El lector se entera poco de su infancia: su herencia, sus padres, su matrimonio, sus trabajos y de cómo hicieron, al final, para pagar un colegio de 400.00 libras al año. En su relato, la vida entera de Rhodes queda eclipsada por el abuso”.


No debería ser una crítica; al final, se trata de eso: cómo una vida entera puede andar constantemente al borde del abismo por culpa de un abuso. “Instrumental y Rhodes son muy valientes al hablar de lo que nadie se atreve a hablar: la pederastia. En el fondo todos tenemos una historia profunda que contar, ya sea en carne propia o en la de un conocido cercano”, concluye John Naranjo. Pero más allá del bombo mediático que se ha generado –y que, sin duda, seguirá haciéndose–, y de la puerta que abre para hablar de un tema que es todavía vedado, lo cierto es que Instrumental es un libro duro, difícil, del que es casi imposible salir indemne. Y ahí es donde está su valor.


Publicado en revista ARCADIA, febrero de 2016

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