La paradoja de las buenas causas
- Martín Franco
- Mar 25, 2021
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Updated: Mar 26, 2021
Hace un tiempo solía enfrascarme en esas discusiones estériles de las redes sociales. De hecho, cuando empecé a escribir esta columna —hace años ya— terminaba muchas veces metido en “peleas” virtuales que no llevaban a ninguna parte. Supongo que lo hacía movido por esa creencia genuina en lo necesario que resulta el debate para no estancarnos en nuestras ideas, pero en algún punto comprendí que la gran mayoría de veces las redes y foros no están movidos por ese sentimiento, qué va, sino por uno mucho más prosaico: la rabia, el linchamiento colectivo, el deseo de imponernos. En varias ocasiones yo mismo me metí a dar peleas así, hasta que logré entender lo insensatas que resultan: al final, los contendores de lado y lado no están dispuestos a escuchar nada, sino tan solo a dejar al otro sin argumentos, ojalá sin ceder un ápice.
Todo eso se ha vuelto peor por cuenta de quienes podríamos llamar los “fanáticos ilustrados”: esos personajes que, aunque leídos y versados en ciertos temas, suelen tener una opinión inamovible que refuerzan a cada oportunidad con una cita de un libro o de alguien célebre. Aquellos a quienes leer no les sirve para poner en duda sus creencias sino tan solo para endurecerlas. Así, pues, cualquier intento de discusión pública no solo es inútil sino desgastante, porque no se hace movida por el deseo de aprender sino por el de imponerse o mostrar lo mucho que saben sobre un tema. Y así es muy difícil.
Entre otros, ese “fanatismo ilustrado” —que ha contribuido también a fomentar la intolerancia y la estigmatización en las redes— llevó hace poco a que más de 150 intelectuales en Estados Unidos firmaran una carta abierta en la que ponen en evidencia los peligros de la tendencia. Los firmantes, entre ellos Noam Chomsky y Margaret Atwood, advierten cómo en el nombre de buenas causas (el feminismo o la discriminación, digamos), la intolerancia viene ganando un terreno importante: “El libre intercambio de información e ideas está cada vez más restringido. Si bien esto es algo que se espera de la derecha radical, la censura se está extendiendo ampliamente en nuestra cultura: la intolerancia de opiniones opuestas, la moda de la vergüenza pública y el ostracismo, y la tendencia a disolver complejas cuestiones políticas en una certeza moral cegadora”, advierten.
Las redes sociales se han vuelto lugares de linchamiento público, donde, camufladas en nombre de causas loables, crecen la intolerancia y una rabia ciega. Y entre las consecuencias inevitables está la autocensura. Piénsenlo así: ¿cuántas veces no han querido meter la cucharada en un tema pero se han abstenido al imaginar lo que se les viene? En vez de callarnos, la solución debería ser tolerar las opiniones ajenas: si son estúpidas, racistas o peligrosas, quizás sea mejor hacerlo notar o irse por las vías legales antes de querer silenciarlas. Por lo demás, nadie está obligado a escuchar lo que no quiere: siempre existen —y son muy útiles— los botones de “unfollow”.
Julio 21 de 2020
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