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Lo importante es tener la razón

  • Writer: Martín Franco
    Martín Franco
  • Mar 26, 2021
  • 2 min read

Durante esta cuarentena que ya parece eterna encontré un libro bellísimo sobre el valor de la docencia —una de esas profesiones que esta sociedad casi no valora, qué lástima— titulado La hora de clase, del italiano Massimo Recalcati. Entre todas las ideas que esboza, una en particular me quedó dando vueltas en la cabeza: que el verdadero maestro no es aquel que les traspasa un conocimiento fijo a sus alumnos, siguiendo un proceso mecánico, sino el que logra implantarles, de alguna manera misteriosa, ese amor por el conocimiento. Mejor dicho, que el buen profesor, ese que uno recuerda tantos años después, no es aquel que nos atiborra de cifras y datos y fórmulas y fechas antiguas, pues al fin y al cabo eso se encuentra en los libros, sino el que logra despertarnos la ambición de saber, de intentar abarcar un conocimiento que es inabarcable, pues nadie, a fin de cuentas, puede saberlo todo.


Ese último punto no es menor, sobre todo porque, aunque parece innegable, lo obviamos una y otra vez desde hace un tiempo. Gran parte de la culpa de que eso pase la tiene un hecho sencillo que suena hasta paradójico: tener ese conocimiento tan vasto e inagotable al alcance de la mano, a un clic de distancia en el celular. El hecho de que podamos “saberlo” todo con una simple consulta en Google, no solo nos ha vuelto más tercos y soberbios, sino que no nos permite alcanzar ese fin último del que habla Recalcati: aceptar que no sabemos muchas cosas para tratar de conocer otras más.


Supongo que a todos les ha pasado ya, es muy común: alguien tiene unos síntomas de una enfermedad cualquiera y cree que leyendo un par de artículos en Google sabe perfectamente lo que padece. Para qué los médicos, para qué gastar tantos años en una universidad, si ya podemos diagnosticarlo solo preguntándole a esa biblioteca inagotable. Y así, con lo que quieran. Sin importar cuál sea nuestra creencia —si la tierra es redonda o plana, si es mejor la derecha que la izquierda, si hay que ponerse vacunas o no—, encontraremos un artículo en Internet que la reafirma. Ya he hablado aquí del llamado “sesgo de confirmación”, esa tendencia que tiene nuestro cerebro de ratificar eso que va acorde a nuestras creencias y pasar por alto lo que va en contra, y hacerlo en la red es la cosa más fácil del mundo. Internet es un espejo que nos permite justificar nuestros prejuicios. Y la verdad no importa, es lo de menos.


De ahí la importancia, dice Recalcati, del maestro: esa figura que nos lleva de la mano y nos abre el mundo. Esa que nos muestra lo inabarcable del conocimiento para que aceptemos que, al no poder saberlo todo, debemos ser humildes y no soberbios, como ahora nos pasa. De ahí a que las discusiones en redes sociales no suelan llevar a ninguna parte: todo el mundo está tan lleno de sí mismo, todos tienen un artículo bajo la manga para reafirmar sus creencias, todos saben tanto de todo, que el otro acaba siendo un estúpido que debe ser aplastado. Esa es la única victoria posible.


Como si tener la razón fuera el gran logro de estos tiempos.


Abril 14 de 2020

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