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Padres

  • Writer: Martín Franco
    Martín Franco
  • Mar 28, 2021
  • 3 min read

Tres días pasó el fotógrafo Dave Young en los hospitales de Chelsea y Wetminster, en Londres, captando con su cámara un momento inolvidable: el antes, durante y después de los padres primerizos. Y cuando digo padres, en plural, no me refiero a ambos, sino solamente a hombres que estaban a punto de estrenarse en este rol. La idea era fotografiar los rostros de los futuros papás y acompañar la imagen con una frase, una sola, que quisieran decirle a su hijo en el momento; el resultado es una serie de fotos inevitablemente conmovedoras: uno de ellos con las manos en la cabeza, llorando de alegría; otro más recostado contra la puerta de la sala de partos, lleno de nervios, y otro abrazándose a sí mismo, con una sonrisa de felicidad en la cara.


El experimento resultó una curiosa –y bonita– forma de mostrar lo que vive cualquier persona que haya pasado por ese momento: ahí está toda la ansiedad, los nervios, la felicidad y la angustia que produce enfrentarse a ese instante esperado y temido por más de nueve meses. Y están también –antes de que se me olviden–, las frases: "Vive plenamente, sé tú mismo, ama con todo tu corazón"; "Sé feliz, siempre te amaré", o "Vive tu vida lo mejor que puedas", son apenas algunos de los ejemplos más bonitos.


Más allá de lo mucho que cambian las relaciones entre padres e hijos a lo largo de los años –y de nuevo, cuando digo padres, no hablo en plural–, el momento de convertirse en papá es algo que cambia la vida. Sé que no estoy diciendo nada nuevo, que esto es algo tan obvio como ordinario: todo el que haya tenido la suerte de pasar por el momento sabe que así es. Y, sin embargo, hay que vivirlo para entenderlo. En una de sus mejores novelas, La velocidad de la luz, el escritor español Javier Cercas lo resume así: "Es usted demasiado joven para pensar en tener hijos, me dijo (…) No los tenga, porque se arrepentirá; aunque si no los tiene también se arrepentirá. Así es la vida: haga lo que haga se arrepentirá.

Pero déjeme que le diga una cosa: todas las historias de amor son insensatas, porque el amor es una enfermedad; pero tener un hijo es arriesgarse a una historia de amor tan insensata que sólo la muerte es capaz de interrumpirla".


Y ese amor insensato, digo yo, es lo que muestran las fotografías de Young.


Sucede casi siempre que el tiempo se encarga de deteriorar las relaciones entre padres e hijos; qué le vamos a hacer: somos humanos y tarde o temprano llega el día en que nuestro hijo ve, con tristeza, que tal vez no somos lo que él en realidad creía. Que tenemos debilidades, que nos hemos equivocado. Hay muchos libros que exploran esas relaciones tormentosas (El hombre que no quería ser padre, de Alfonso Buitrago o Tiempo de vida, de Marcos Giralt-Torrente, por citar apenas dos) y que muestran cómo, a pesar de todo, la sombra del padre siempre estará presente en nuestra vida. Porque es difícil ser padre: un trabajo de tiempo completo para el que nadie nos puede preparar. Y aunque nos equivoquemos –cómo no–, aunque el tiempo nos distancie o sintamos, a veces, que no nos entendemos, hay un lazo de sangre que no se puede romper.


Julio 1 de 2014

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