¿Qué nos deja el caso Granadino?
- Martín Franco
- May 10, 2022
- 3 min read
Martín Franco Vélez*
Me gradué del colegio Granadino hace casi 23 años. No quiero romantizar esa etapa de mi vida, pero tampoco satanizarla: como cualquier otro momento, osciló entre situaciones inolvidables y complicadas. La infancia es difícil en muchos sentidos y a veces esa idealización que hacemos de ella cuando somos adultos es tan solo una parte de la historia. Pero de todos los escenarios complejos de aquella época, jamás viví ninguno como el que se dio hace unas semanas en las instalaciones del colegio, y cuyos detalles han trascendido a pesar de los esfuerzos de la institución por ocultarla excusándose en “proteger a los niños”.
Como exalumno, el tema me ha tocado especialmente. Y por eso quiero aprovechar para dejar consignadas un par de reflexiones sobre lo sucedido. Empiezo por señalar el pésimo manejo que le ha dado el colegio a la situación. En lugar de hablar claro, se ha limitado a emitir un par de comunicados llenos de lugares comunes que —con razón— han hecho que exalumnos, ciudadanos y varios padres de familia exijan pronunciamientos más firmes y medidas concretas para contrarrestar un hecho tan grave. Es lo mínimo. Aunque la “sociedad” manizaleña es tan propensa a echar el polvo bajo la alfombra, no es posible mantener oculto un caso de esa dimensión: todo sale a la luz, tarde o temprano. Y siempre será peor no dar la cara.
El comunicado público que emitieron los padres del niño agredido a través de su abogado es un ejemplo de dignidad. En una sociedad propensa al odio —que hoy se difunde con tanta facilidad en las redes sociales—, hacer un llamado al perdón y la reconciliación es encomiable. Sin dejar de resaltar, como bien lo dejan consignado, que debe haber consecuencias. Esa me parece una reflexión importante: es fundamental enseñarles a los niños, desde temprano, que cada acto suyo generará un efecto. Y que estar siempre ahí para ellos no significará respaldar cada una de sus acciones con una lealtad ciega.
Más allá del daño reputacional y de esa costumbre anacrónica de mostrar que todo, siempre, debe estar bien, hablar abiertamente del caso abre la posibilidad de cuestionarnos. Los jóvenes tienen gran parte de la responsabilidad, pero se nos escapa que ellos son tan solo un reflejo de los adultos. De lo que ven en casa. Del tipo de sociedad en la que están viviendo. Y ahí hemos fallado: seguimos tolerando el machismo, el abuso, el maltrato en sus muchas formas. Lo normalizamos a pesar de las señales. Este tipo de situaciones prenden las alarmas; nuestro deber es no apagarlas y seguir como si nada: ¿qué estamos haciendo mal como padres? ¿Qué debemos cambiar? Es fundamental abrir una conversación amplia sobre el tema y normalizar que somos vulnerables, que nadie tiene una vida perfecta ni debería mostrar esa fachada engañosa. Pretenderlo hace más daño que aceptar nuestros fallos.
Por último, es clave señalar la ligereza de los medios de comunicación, quienes en su afán por visibilizar el caso han usado el término “empalamiento”. Los propios padres del niño agredido señalaron que eso “no corresponde a lo sucedido”. Los medios deben ser conscientes de la responsabilidad que tienen al presentar así ese tipo de noticias, y del odio que puede desatar en redes esa información. Basta echarles una mirada para entenderlo.
Queda, pues, que el colegio actúe. Que se castigue a los responsables de manera ejemplar para que esto no vuelva a suceder, pero que también entendamos que esos jóvenes necesitan ayuda. Queda que nos cuestionemos. Queda que hablemos. Y que hagamos todo esto antes de arrojar la antorcha del odio.
*Periodista, escritor y editor. Autor de La Sombra de mi padre (Planeta 2020).
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