¿Una guerra perdida?
- Martín Franco
- Mar 26, 2021
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Las elecciones que ganó Donald Trump en Estados Unidos hace ya tres años dejaron en evidencia lo peligrosas que resultan las llamadas “fake news” y lo mucho que influencian a los usuarios de las redes sociales. Desde que se destapó la manera en que varios sectores republicanos aprovecharon las redes para generar miedo y desinformación (hay un documental muy bueno en Netflix sobre Cambridge Analytica, que explica bien todo el entramado), la presión sobre Facebook se incrementó de manera sustancial, exigiéndole un mayor control sobre la veracidad de la información que circula. Eso ha llevado a que, en los últimos años, la red social venga implementando una serie de medidas para tratar de informar a sus usuarios sobre el tipo de contenido que leen y, sobre todo, al que le creen.
Pero, aun así, es evidente que estamos muy lejos de ganar esta guerra de la desinformación. La reciente crisis del covid-19 es una prueba de ello, a pesar de las medidas desplegadas para intentar proteger a los usuarios. Y cuando digo “proteger” uso el verbo de manera deliberada: una información falsa —como que tomar desinfectantes ayuda a contener el virus— pone en riesgo la salud de una persona. Así, pues, la red viene tratando de detener la difusión de estas noticias advirtiéndoles públicamente a las personas que las comparten, y al resto de usuarios que las ven, que son falsas. Parecería una buena solución, al menos en principio, pero lo cierto es que es apenas la punta de un dilema más complejo.
Me explico. En los últimos días, yo mismo me vi envuelto en una absurda discusión en redes en la que, de un momento a otro, acabé tratando de convencer a una persona que creía sensata de que Bill Gates no está trabajando en un proyecto para ocultar el sol y que es una teoría de conspiración más creer a ojo cerrado que el virus fue hecho por China en un laboratorio. Ciego ante cualquier evidencia, la persona en cuestión acabó alegando que Facebook lo estaba “censurando” por advertir que sus publicaciones eran falsas y preguntando dónde quedaba, entonces, la libertad de expresión.
No pretendo entrar a discutir una cantidad de majaderías que se caen por su propio peso, sino detenerme en algo más inquietante: si una persona que ha tenido acceso a una educación privilegiada cree, defiende y difunde este tipo de cosas, entonces el problema de fondo no son las noticias falsas sino el fracaso de la educación a la hora de servirnos para crear un criterio propio. Es solo un caso puntual, me dirán, pero haga cada uno la prueba: ¿cuántas personas que conocen educadas, con carreras universitarias, no difunden día a día noticias absurdas en las que creen ciegamente? O trasládenlo al tema político, si quieren: ¿a cuántas no ve uno, a estas alturas de la vida, diciendo dizque que se nos va a meter el “comunismo”?
No es un problema menor, por desgracia, sino algo que debería inquietarnos. La guerra contra las “fake news” sigue ahí y, como va la cosa, todavía la estamos perdiendo.
Mayo 26 de 2020
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